domingo, 24 de agosto de 2008

Manchas

Recovecos de memoria fluyen antes del amanecer. Cuando la batalla entre las sábanas y el revolver de mi cuerpo ha expirado. Cuando la estrategia del agotamiento ya no da más de sí, entonces es cuando mi mente acaba abandonándose al insomnio y se erige derrotado. Aquí frente a esta pantalla golpea las letras que un día se pudrieron en el estómago…
Resquemores los que producen las palabras no dichas y los besos ahogados. Resquemores que se taladran en la conciencia, el peor invento de la creación. Sólo la conciencia es la que amarga la felicidad. Sin la conciencia no habría miedos, porque todos los espacios pertenecerían al sueño de la felicidad…
Pero me he manchado el pantalón con lejía. Y no en un extremo sino en todo el centro donde la ingle se esconde detrás de un bolsillo lleno de monedas. Y la mancha me la encuentro cada vez que voy a la cesta y lo veo en el fondo y me dice: ¡me manchaste!. Y sé que alguna solución habrá y que sólo es cuestión de encontrar la estrategia, pero me da pereza y entonces recupero la verdad detrás de esa mancha que me dice que hay manchas que no se pueden borrar, ni ocultar. Manchas que afloran cuando crees que te has olvidado de ellas. Y así con esa mancha terrible duerme cada noche. Y vuelvo a lavar la ropa, porque yo no se hacer colada. Eso sólo lo oigo por la tele, cosas del habla que no de la lengua. Cuántas manchas habrá en el mundo que no se pueden borrar. Supongo que destrozándola, todo sería más fácil, pero el tiempo me ha demostrado que olvido pronto y que acabaré despistándome y aparecerá la reencarnación de la eterna mancha. Aunque desaparezca el bote de lejía de debajo del fregadero o de encima de la lavadora o del fondo de mis tripas. Siempre se acaba decolorando alguna prenda que manche a la que está al lado. Mi mundo es una mancha… Y entonces oigo en la radio la voz de una escritora que explica el fenómeno de literatura chicleed o algo así, literatura para chicas. Mujeres urbanitas, explica. Pero y las que no somos ni urbanitas, ni de pueblo, ni nada. Las que vivimos intentando leer para crecer y llorando para sentir, esas qué…

¡Que se dediquen a eliminar las manchas!

1 comentario:

Anónimo dijo...

A esas que no pertenecemos a nada nos queda todo o casi todo: el trabajo mal pagado, la casa revuelta y los niños que a veces cuenta con algún que otro mayor entre sus filas, tu marido.
Pero después de respirar profundo y hablar entre dientes lo tomas por el lado bueno y sigues leyendo a aquellas mujeres que se han hecho asi mismas como las que quisimos ser y somos pero a pequeña escala y en nuestros recovecos con manchas o sin ellas.
iso